lunes, 18 de enero de 2010

La movilización naval

Después del combate del 31 de marzo los acontecimientos se desencadenaron rápidamente. Los chilenos tuvieron el descaro de hacerse los ofendidos. Llamaron a su embajador en Lima para consultas y le pidieron explicaciones al embajador peruano en Santiago. Este mal peruano, en lugar de demostrar una actitud firme con Chile, adujo –falsamente– que el capitán Higueras había actuado contra las directrices explícitas que le había dado el gobierno. El gobierno chileno exigió disculpas públicas por parte del Perú, el pago de una indemnización a los heridos y a las familias de los muertos, que el capitán Higueras fuera enjuiciado por “crímenes contra la paz” y que se suspendieran las patrullas militares peruanas. En una actitud sumisa inaceptable, se rumorea que el gobierno peruano contrapropuso emitir un comunicado lamentando los hechos (mas no pidiendo disculpas) y una corte marcial discreta a Higueras, (dándose por descontada su separación de la Marina de Guerra). Eso sí, se reservaría el derecho de seguir patrullando el mar territorial confirmado al Perú por el fallo de la Haya. Chile rechazó la excesivamente generosa propuesta peruana y planteó sus protestas formales ante la ONU y la OEA, acusando al Perú de haber iniciado las hostilidades. Para colmo, y a pesar de todo su discurso en torno a la “resolución pacífica del impasse”, la misma noche del 31 de marzo ordenaron movilizar a la mayor parte de sus unidades navales desde Valparaíso y Talcahuano hacia Iquique. La intención era obvia: pensaban iniciar un ataque contra el Perú.

Fue en ese contexto que Chile declaró su famosa “zona de exclusión”. Esta se extendía desde la frontera reclamada por Chile hasta 200km al norte, llegando aproximadamente al paralelo 16”37 S. Esto constituía un atentado contra la soberanía peruana, básicamente prohibiéndole al Perú que ubicara unidades navales en el puerto de Ilo. El objetivo era que el mar territorial “disputado” quedaría mucho más cerca de las bases chilenas que de las peruanas, y podría ser patrullado de manera relativamente impune por Chile mientras intentaban apelar el fallo de la Corte. La declaratoria resultó ser un error político por parte de Chile. Había jugado sus cartas de manera demasiado agresiva, y la comunidad internacional condenó casi unánimemente tal accionar; aunque con notable doblez, condenaron también las acciones del valiente capitán Higueras. El gobierno chileno tuvo que defender su “zona de exclusión”, arguyendo que era solamente defensiva y provisional, y que no tenía ninguna intención de socavar la soberanía peruana. Adujo que habían sido malinterpretados, y que más bien habría sido mejor describir su propuesta como un “buffer zone”, ya que la Armada chilena se abstendría de estar presente en un territorio similar al sur de la frontera, siempre y cuando el Perú hiciera lo mismo.

Entre tanto, zarparon las fragatas Quiñones, Mariátegui, Palacios y Bolognesi a reforzar a la Villavisencio y Montero que se encontraban en Pisco, para estar listas en caso de un probable ataque chileno. También se posicionaron las corbetas misileras Sánchez Carrión, Velarde, Santillana y De los Heros y una cantidad aún desconocida de submarinos. Las demás unidades quedaron en el Callao, a la expectativa, mientras que en el crucero Almirante Grau se terminaban algunas reparaciones de último minuto para tenerlo a punto.

Durante todos estos días la tensión se mantuvo a un altísimo nivel. Ambas entidades internacionales pidieron que se mantuviera la calma y que Perú y Chile se abstuvieran de realizar acciones que aumentaran la tensión y pudieran precipitar una guerra. Ante las claras indicaciones que la comunidad internacional dio al gobierno de Chile de que no intentara hacer cumplir su “zona de exclusión” (o “buffer zone”), y sumado a la presión de la opinión pública peruana de hacer respetar la soberanía peruana, el 1 de abril empezó la operación “Cerbero-Villavisencio”. Esta consistía en un cauteloso desplazamiento de unidades navales hacia Ilo, con lo cual se les ubicaría en una posición de defensa adelantada para enfrentar operaciones ofensivas de la Armada de Chile, mientras se dejaba sin efecto la “zona de exclusión”.

Como era de esperar, aeronaves chilenas –un par de Persuaders– observaron estos desplazamientos desde lejos, “haciéndoles sombra”, pero sin atreverse a atacarlos. Las fragatas peruanas –en una concesión excesiva a las organizaciones internacionales digitada por el gobierno– no abrieron fuego contra los observadores. Media hora después de su detección, un par de MiG-29s interceptaron a los Persuaders y los escoltaron de salida del mar peruano. Todas las unidades se mantuvieron en una constante alerta, por si los chilenos decidieran hacer un ataque sorpresa. El 2 de abril el Perú declaró victoria, habiendo desafiado exitosamente la “zona de exclusión” chilena, sin sufrir una sola baja. La Marina de Guerra se encontraba a tiro de piedra de las aguas territoriales peruanas adjudicadas por el fallo de la Haya. En los días sucesivos, unidades peruanas volvieron a patrullar las aguas que patrullaban la Villavisencio y Montero el 31 de marzo.

En Chile, la opinión pública también estaba inflamada. No sabían por qué el gobierno había declarado una “zona de exclusión” que no estaba dispuesta a hacer respetar, y menos el que se permitiera que unidades peruanas patrullaran el territorio marítimo que Chile quería recuperar. Según decían, los peruanos nos estábamos burlando de ellos. Es más, por fuentes anónimas de La Moneda, parecía que el gobierno chileno estaba contemplando dar marcha atrás a sus planes de guerra y retornar a las vías de la diplomacia, suspendiendo la fallida “zona de exclusión”, pero solicitando que los peruanos tomaran la medida equivalente de suspender sus patrullas militares en el territorio “disputado”. Como se vería el 5 de abril, todo ello no fue más que una muy bien planificada treta.

miércoles, 6 de enero de 2010

La oportunidad perdida del 31 de marzo

Después del fallo de la Corte de la Haya no había nada que discutir. Los chilenos, con su pérfida política exterior que se podría remontar a los tiempos de los mapuches, intentaron pedir una reconsideración en base a una serie de sofismas que ninguna persona inteligente podía tomar en serio. Como siempre, la razón y la legalidad estaban del lado del Perú, mientras que Chile iba a recurrir a su conocido argumento de la fuerza.

Dado que la frontera marítima había sido ya claramente delimitada, era deber de la Marina de Guerra del Perú patrullarla y mostrar la soberanía peruana ahí. Era esta pacífica misión la que desempeñaban las fragatas BAP Villavisencio y BAP Montero aquella mañana del 31 de marzo de 2012, antes de ser taimadamente atacadas por los chilenos. Las fragatas Lupo viajaban alertas, a sabiendas de que Chile probablemente se rehusaría a aceptar los dictados de la justicia. Efectivamente, a las 0937 se detectaron las señales de un radar de exploración aéreo, en toda probabilidad chileno. Previniendo la posibilidad de un ataque, las tripulaciones de ambas naves se pusieron en alerta. El operador del sistema de intercepción Lambda nerviosamente revisaba su pantalla a la espera de novedades. Las torretas DARDO de las fragatas estaban listas para defender las naves de misiles aire-superficie, mientras que los operarios de los lanzadores de señuelos SCLAR volvían a revisar que todo estuviera listo para entrar en acción.

A partir del tipo de radar que utilizaba la aeronave desconocida, los tripulantes de la Villavisencio pudieron confirmar la naturaleza de la amenaza. Era un solitario C-295 Persuader de la Armada de Chile, en una misión de patrullaje marítimo. Se acercó lo suficiente para identificar las naves peruanas y comunicar la posición de nuestros marinos a su base. Solo sería cuestión de horas antes de que se aparecieran unidades de superficie de los chilenos. Ya que los peruanos estábamos decididos a preservar la paz, las fragatas estaban limitadas por unas estrictas reglas de reglas de enfrentamiento. Si hubieran querido, habrían derribado fácilmente al avión patrullero con sus misiles tierra-aire Aspide. Pero las reglas indicaban que no debían disparar a menos que fueran atacados primero, así que no abrieron fuego, permitiendo que el Persuader regresara impunemente hacia la costa chilena.

Las fragatas siguieron con su crucero, y dos horas después, los operarios del radar RAN-11LX reportaron señales consistentes con naves de superficie, que se acercaban rápidamente. Todos se mantuvieron alertas, en caso de que fueran fragatas chilenas (como en efecto resultaron ser) y que estas lanzaran sus misiles superficie-superficie contra ellos. Fueron momentos de gran tensión hasta que finalmente aparecieron en el horizonte las fragatas Almirante Riveros y Almirante Latorre. Ambas eran de origen holandés, y dadas las conocidas ambiciones expansionistas y agresivas de Chile, estaban armadas con tecnología de punta.

Pero los chilenos evidentemente actuaron con cautela, probablemente por respeto al superior entrenamiento y moral de los marinos peruanos, ya que no habían lanzado sus misiles Harpoon contra las naves peruanas. Se acercaron a las naves peruanas y asumieron una posición paralela a ellas a una distancia de mil metros a estribor, siguiendo el mismo rumbo. Se entabló comunicación entre los jefes de cada grupo. El capitán chileno Varas le indicó al capitán peruano Higueras que se encontraban en aguas disputadas y que debían retirarse de ahí. El capitán Higueras, muy lejos de dejarse intimidar por la prepotencia chilena, procedió a contraindicarles que quienes habían transgredido las fronteras marítimas eran la Riveros y la Latorre, fronteras que habían quedado establecidas por la Corte de la Haya. Más bien, él les ordenaba a ellos que se retiraran del territorio peruano.

Y acá es importante anotar una cosa. Son completamente falsas las versiones que indican que Higueras recibió instrucciones de dar por cumplida su misión de mostrar la soberanía peruana en ese territorio marítimo y retornar a Paita. Sus comunicaciones habían sido bloqueadas por los chilenos, lo cual no le permitió recibir ningún mensaje con claridad. Sin embargo, aun si hubiera recibido tal comunicación, era su deber de peruano defender el honor y repeler la invasión chilena a nuestras aguas territoriales. Por ende, habría estado moralmente justificado en ignorar las instrucciones de un gobierno que no se ponía los pantalones, como lo saben hacer los hombres de uniforme.

Lejos de acatar la legítima autoridad peruana, los chilenos hicieron alarde de una gran arrogancia. Aumentaron su andar y se colocaron por delante de las fragatas peruanas, cruzando su camino. La Latorre efectivamente estaba bloqueando el rumbo de la Villavisencio. Los chilenos insistieron una vez más a los peruanos a que se retiraran. Higueras sabía que era un momento supremo. ¿Agacharía la cabeza ante el Caín de América? ¿O se mostraría digno heredero de Grau? Decidió por lo segundo. Les respondió a los chilenos que si no salían de su camino, él los sacaría. Dio instrucciones para que, lejos de bajar de velocidad o cambiar de rumbo, la Villavisencio siguiera en línea recta hacia la Latorre. Volvió a maldecir las reglas de enfrentamiento que lo limitaban.

Hubo una gran cantidad de comunicaciones entre la Villavisencio y la Latorre durante esos minutos. Las palabras eran de mayor calibre que la de las armas que estaba permitido usar. Ninguno quería dar su brazo a torcer. Finalmente, y ante la inminencia de un choque con la fragata peruana, la Latorre hizo una maniobra para evitar la colisión. Higueras estaba convencido de que si las reglas de enfrentamiento le permitieran trabar un combate verdadero contra las naves chilenas, daría cuenta de ellas rápidamente. Entre tanto, debía conformarse con este juego y, rota la formación chilena, le ordenó a la Montero que hiciera lo propio con la Riveros.

Nuevamente, acá hay que desmentir las falsedades que emiten los chilenos sobre que fueron los peruanos los primeros en abrir fuego. Falso. Cuando la Montero se dirigía hacia la Riveros, esta abrió fuego con su cañón Oto Melara de 76mm, con tan mala puntería que dio en el agua delante de la nave peruana. Cualquier persona sensata se daría cuenta de que quienes iniciaron las hostilidades fueron los chilenos. Ante dicha provocación, los peruanos respondieron inmediatamente con sus cañones Oto Melara de 127mm. Hubo un impacto en la Riveros que provocó un incendio en su popa, matándole tres marineros e hiriendo a otros diez.

Con ese impacto, los chilenos perdieron la voluntad de luchar. Ambas fragatas enrumbaron al sureste, con dirección a Iquique. Fue recién ahí que las autoridades políticas pudieron ponerse en contacto con Higueras, ordenándole que dejara retirarse a las naves chilenas y que regresara de inmediato a Paita. Le cortaron toda la iniciativa al valiente capitán, quien ya le había ganado la moral a los chilenos. De no haber sido por ello habría finiquitado a esas fragatas y habríamos iniciado la guerra con una magnífica victoria. Esa oportunidad perdida fue una grave irresponsabilidad del gobierno, pero –maravilla de maravillas– fue Higueras, hombre valeroso y prudente como pocos, quien fue relevado del mando de la Villavisencio y sometido a corte marcial poco después de su regreso a base. Una gran injusticia, realmente.

lunes, 4 de enero de 2010

1. Introducción

He tenido recientemente el desagrado de enterarme de la existencia del patético y caviaroso pasquín denominado “La guerra de 2012: Perú – Chile” que está circulando en internet. El autor de ese blog –un mal peruano– hace gala de un antipatriótico pro-chilenismo y sistemáticamente denigra el papel que desempeñaron nuestras gloriosas Fuerzas Armadas en dicho conflicto. Para colmo de males, el autor demuestra una increíble ignorancia de los temas militares más básicos, especialmente al enfocarse en personajes de poca monta que no tuvieron más que una influencia muy secundaria en el transcurso de los hechos, en los cuales el papel preponderante la tuvieron nuestros hombres de armas.

Publico este blog para refutar las falsedades y mentiras que propala este tal “McSutton”, quien debería ser arrestado por Seguridad del Estado y silenciado por quintacolumnista. La guerra fue una experiencia traumática, y este individuo no tiene derecho a presentar ese conjunto de falacias y simplificaciones respecto del accionar de nuestras fuerzas armadas. La verdad tiene que salir a flote, a pesar de las injuriosas calumnias que desliza el autor.

Manténganse al tanto para conocer la verdadera historia de la Segunda Guerra del Pacífico.