miércoles, 6 de enero de 2010

La oportunidad perdida del 31 de marzo

Después del fallo de la Corte de la Haya no había nada que discutir. Los chilenos, con su pérfida política exterior que se podría remontar a los tiempos de los mapuches, intentaron pedir una reconsideración en base a una serie de sofismas que ninguna persona inteligente podía tomar en serio. Como siempre, la razón y la legalidad estaban del lado del Perú, mientras que Chile iba a recurrir a su conocido argumento de la fuerza.

Dado que la frontera marítima había sido ya claramente delimitada, era deber de la Marina de Guerra del Perú patrullarla y mostrar la soberanía peruana ahí. Era esta pacífica misión la que desempeñaban las fragatas BAP Villavisencio y BAP Montero aquella mañana del 31 de marzo de 2012, antes de ser taimadamente atacadas por los chilenos. Las fragatas Lupo viajaban alertas, a sabiendas de que Chile probablemente se rehusaría a aceptar los dictados de la justicia. Efectivamente, a las 0937 se detectaron las señales de un radar de exploración aéreo, en toda probabilidad chileno. Previniendo la posibilidad de un ataque, las tripulaciones de ambas naves se pusieron en alerta. El operador del sistema de intercepción Lambda nerviosamente revisaba su pantalla a la espera de novedades. Las torretas DARDO de las fragatas estaban listas para defender las naves de misiles aire-superficie, mientras que los operarios de los lanzadores de señuelos SCLAR volvían a revisar que todo estuviera listo para entrar en acción.

A partir del tipo de radar que utilizaba la aeronave desconocida, los tripulantes de la Villavisencio pudieron confirmar la naturaleza de la amenaza. Era un solitario C-295 Persuader de la Armada de Chile, en una misión de patrullaje marítimo. Se acercó lo suficiente para identificar las naves peruanas y comunicar la posición de nuestros marinos a su base. Solo sería cuestión de horas antes de que se aparecieran unidades de superficie de los chilenos. Ya que los peruanos estábamos decididos a preservar la paz, las fragatas estaban limitadas por unas estrictas reglas de reglas de enfrentamiento. Si hubieran querido, habrían derribado fácilmente al avión patrullero con sus misiles tierra-aire Aspide. Pero las reglas indicaban que no debían disparar a menos que fueran atacados primero, así que no abrieron fuego, permitiendo que el Persuader regresara impunemente hacia la costa chilena.

Las fragatas siguieron con su crucero, y dos horas después, los operarios del radar RAN-11LX reportaron señales consistentes con naves de superficie, que se acercaban rápidamente. Todos se mantuvieron alertas, en caso de que fueran fragatas chilenas (como en efecto resultaron ser) y que estas lanzaran sus misiles superficie-superficie contra ellos. Fueron momentos de gran tensión hasta que finalmente aparecieron en el horizonte las fragatas Almirante Riveros y Almirante Latorre. Ambas eran de origen holandés, y dadas las conocidas ambiciones expansionistas y agresivas de Chile, estaban armadas con tecnología de punta.

Pero los chilenos evidentemente actuaron con cautela, probablemente por respeto al superior entrenamiento y moral de los marinos peruanos, ya que no habían lanzado sus misiles Harpoon contra las naves peruanas. Se acercaron a las naves peruanas y asumieron una posición paralela a ellas a una distancia de mil metros a estribor, siguiendo el mismo rumbo. Se entabló comunicación entre los jefes de cada grupo. El capitán chileno Varas le indicó al capitán peruano Higueras que se encontraban en aguas disputadas y que debían retirarse de ahí. El capitán Higueras, muy lejos de dejarse intimidar por la prepotencia chilena, procedió a contraindicarles que quienes habían transgredido las fronteras marítimas eran la Riveros y la Latorre, fronteras que habían quedado establecidas por la Corte de la Haya. Más bien, él les ordenaba a ellos que se retiraran del territorio peruano.

Y acá es importante anotar una cosa. Son completamente falsas las versiones que indican que Higueras recibió instrucciones de dar por cumplida su misión de mostrar la soberanía peruana en ese territorio marítimo y retornar a Paita. Sus comunicaciones habían sido bloqueadas por los chilenos, lo cual no le permitió recibir ningún mensaje con claridad. Sin embargo, aun si hubiera recibido tal comunicación, era su deber de peruano defender el honor y repeler la invasión chilena a nuestras aguas territoriales. Por ende, habría estado moralmente justificado en ignorar las instrucciones de un gobierno que no se ponía los pantalones, como lo saben hacer los hombres de uniforme.

Lejos de acatar la legítima autoridad peruana, los chilenos hicieron alarde de una gran arrogancia. Aumentaron su andar y se colocaron por delante de las fragatas peruanas, cruzando su camino. La Latorre efectivamente estaba bloqueando el rumbo de la Villavisencio. Los chilenos insistieron una vez más a los peruanos a que se retiraran. Higueras sabía que era un momento supremo. ¿Agacharía la cabeza ante el Caín de América? ¿O se mostraría digno heredero de Grau? Decidió por lo segundo. Les respondió a los chilenos que si no salían de su camino, él los sacaría. Dio instrucciones para que, lejos de bajar de velocidad o cambiar de rumbo, la Villavisencio siguiera en línea recta hacia la Latorre. Volvió a maldecir las reglas de enfrentamiento que lo limitaban.

Hubo una gran cantidad de comunicaciones entre la Villavisencio y la Latorre durante esos minutos. Las palabras eran de mayor calibre que la de las armas que estaba permitido usar. Ninguno quería dar su brazo a torcer. Finalmente, y ante la inminencia de un choque con la fragata peruana, la Latorre hizo una maniobra para evitar la colisión. Higueras estaba convencido de que si las reglas de enfrentamiento le permitieran trabar un combate verdadero contra las naves chilenas, daría cuenta de ellas rápidamente. Entre tanto, debía conformarse con este juego y, rota la formación chilena, le ordenó a la Montero que hiciera lo propio con la Riveros.

Nuevamente, acá hay que desmentir las falsedades que emiten los chilenos sobre que fueron los peruanos los primeros en abrir fuego. Falso. Cuando la Montero se dirigía hacia la Riveros, esta abrió fuego con su cañón Oto Melara de 76mm, con tan mala puntería que dio en el agua delante de la nave peruana. Cualquier persona sensata se daría cuenta de que quienes iniciaron las hostilidades fueron los chilenos. Ante dicha provocación, los peruanos respondieron inmediatamente con sus cañones Oto Melara de 127mm. Hubo un impacto en la Riveros que provocó un incendio en su popa, matándole tres marineros e hiriendo a otros diez.

Con ese impacto, los chilenos perdieron la voluntad de luchar. Ambas fragatas enrumbaron al sureste, con dirección a Iquique. Fue recién ahí que las autoridades políticas pudieron ponerse en contacto con Higueras, ordenándole que dejara retirarse a las naves chilenas y que regresara de inmediato a Paita. Le cortaron toda la iniciativa al valiente capitán, quien ya le había ganado la moral a los chilenos. De no haber sido por ello habría finiquitado a esas fragatas y habríamos iniciado la guerra con una magnífica victoria. Esa oportunidad perdida fue una grave irresponsabilidad del gobierno, pero –maravilla de maravillas– fue Higueras, hombre valeroso y prudente como pocos, quien fue relevado del mando de la Villavisencio y sometido a corte marcial poco después de su regreso a base. Una gran injusticia, realmente.

3 comentarios:

  1. oe, tas loco. de hecho higueras recibio el mensaje, pero se mando solo el loco ese.

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  2. flaco, realmente necesitas un psicologo, lo que digan los chilenos es poco importante por cuanto esos no se meten con un rival si no estan en una desproporcion de 6 a 1, asi que mejor haste ver

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